Una taxonomía en 7 pasos para diseñar intervenciones en niños con dificultades de aprendizaje (Fuchs et al., 2017)

Muchos niños muestran dificultades graves y persistentes en la adquisición de aprendizajes básicos relacionados, por ejemplo,  con la lectura, el cálculo o la escritura. Estos niños pueden precisar de intervenciones especializadas, intensivas y sostenidas en el tiempo para mejorar dichas habilidades. Sin embargo, diseñar dichas actuaciones no es nada sencillo. Con relación a esto, Fuchs et al. (2017) publicaron una interesante taxonomía para guiar a los profesionales en el diseño de intervenciones para niños con dificultades de aprendizaje. Trataré de ilustrarla poniendo el ejemplo de un niño con riesgo de dislexia que precise el desarrollo de una intervención temprana que aborde sus dificultades en la decodificación.



1. Fuerza

Los autores consideran que, en primer lugar, el profesional debe partir, siempre que sea posible, de intervenciones protocolizadas y suficientemente descritas que se hayan mostrado eficaces en estudios y revisiones de calidad para abordar las dificultades del niño. El profesional debe buscar programas ya validados que se hayan probado en sujetos similares al que se va a atender.

Ejemplo: en el caso de la dislexia, el profesional puede partir de programas que enseñen explícitamente las relaciones entre letras y sonidos y que trabajen lo anterior en tareas de conciencia fonémica, decodificación y fluidez lectora (Galuschka et al., 2014; Wanzek et al., 2018).

2. Dosis

Debe valorarse, de manera orientativa y en base a la literatura disponible, el tiempo total estimado para la intervención, el número de sesiones y la frecuencia de estas. Hay cierto consenso de que, en caso de dificultades graves y persistentes, incrementar la intensidad de la intervención (aumentar el número de horas que los niños reciben por semana o mes) es importante para mejorar la eficacia de la misma.

Ejemplo: en un metaanálisis reciente que evaluaba intervenciones para la mejora de la decodificación (Roberts et al., 2021) se observó que el efecto máximo esperado se daba a las 39,92 horas de intervención.

3. Alineación

La intervención debe estar alineada con las necesidades concretas del niño. Por ejemplo, los niños pueden tener diversas dificultades en la lectura relacionadas con una pobre decodificación, la ausencia de vocabulario académico, unos pobres conocimientos previos o dificultades para autorregularse durante la lectura. El profesional debe cerciorarse de que aborda una habilidad curricular concreta,  fundacional y clave para el niño que atiende.

Ejemplo: este niño debe recibir una intervención para la mejora de la decodificación, ya que esta se alinea con sus necesidades y se aborda así una habilidad curricular indispensable para su buen funcionamiento académico.

4. Transferencia

La intervención debe llevar componentes que transfieran explícitamente los aprendizajes sencillos a habilidades más complejas. Además, es preciso que se programen actuaciones para que lo aprendido pueda ser usado en otras situaciones y contextos. Rotar las condiciones de práctica, retirar los apoyos visuales y verbales de forma sistemática y graduar la dificultad son muestras de lo anterior.

Ejemplo: en la intervención en dislexia el niño aprende las correspondencias entre grafemas y fonemas que no tiene bien adquiridas y el profesional programa que esto se transfiera, progresivamente, a la lectura de sílabas, palabras y texto.

5. Comprehensividad

Los autores indican aquí que el programa debe basarse y describir los principios instruccionales sólidos que serán necesarios para aplicar este de forma adecuada. Aspectos sobre cómo enseñar, cómo corregir o qué tipo de andamiaje ofrecer deben estar planificados y descritos.

Ejemplo: en la intervención en dislexia, aspectos como la instrucción directa y explícita, el modelado, la graduación sistemática de la dificultad en base a la respuesta del niño, el feedback frecuente, centrado en la tarea y con soporte gráfico o los sistemas de andamiaje para adquirir las correspondencias son esenciales (Vaughn y Fletcher, 2020).

6. Apoyo conductual

Muchos niños que necesitan intervenciones intensivas tienen también problemas para autorregularse y presentan baja motivación. Aplicar estrategias de enseñanza que mejoren la activación o que traten de aumentar la participación y la conexión del niño a las sesiones puede ser importante.

Ejemplo: Lindström y Roberts (2022) recomiendan algunas medidas para mejorar la participación de los niños en las intervenciones para la mejora de la lectura. Ofrecer materiales que anticipen las tareas a realizar, postear las expectativas y revisarlas con los niños de forma explícita, trabajar de forma estructurada y sin falsos inicios o diseñar sistemas de economía de fichas son algunas de ellas.

7. Individualización

Esta parte es compleja y requiere monitorizar la respuesta del niño a la intervención. Partiendo de una evaluación inicial, en función de si se alcanza o no la mejora esperada, debe graduarse la intervención en base a aspectos cuantitativos (mayor número de sesiones, mayor tiempo por sesión…) o cualitativos (modificación de los componentes del programa). 

Ejemplo: siguiendo el ejemplo de Lemons et al. (2018) el profesional diseña una línea base con las palabras por minuto que el niño es capaz de leer actualmente. Multiplica dicha medida por 1.5 y establece un objetivo ambicioso para su intervención. Semana a semana monitoriza si el niño avanza según lo esperado y ajusta su intervención en base a ello. Una entrada  más detallada al respecto: https://dificultadesespecificasdelaprendizaje.blogspot.com/2022/05/usar-disenos-de-caso-unico-para-evaluar.html

Referencia

Fuchs, L. S., Fuchs, D. y Malone, A. S. (2017). The taxonomy of intervention intensity. Teaching Exceptional Children, 50(1), 35-43.

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